viernes, 17 de octubre de 2014

Breverías. Un perro suelto (I)

La miraba despacio. Pensaba que observándola durante mucho tiempo podía captar mejor su belleza que dejaba insinuar, solo para mí, desde el primer momento en que entré en ese establecimiento. Los focos la dejaron sola en el escenario de aquella oscuridad. Estábamos solos: ella y yo. Ella se movía al compás de mis ojos mientras yo me quedaba de pie observando su brillo; a pesar de mis gafas oscuras y un ojo herido de celo juvenil, podía apreciar esos detalles que solo ella compartía conmigo en secreto. Sin que nadie más supiera de nuestras intimidades.
De repente, volví a la realidad. Una sombra a mis espaldas me hacía volver a aquella joyería en donde estaba tocando esa pieza de brillante que, creo recordar, tenía como nombre Circón. Según el joyero, es uno de los minerales más antiguos que se conocen y también de los más abundantes. También me contó que era muy raro verlas en joyerías pero la suya no era cualquier joyería. 
Efectivamente, su joyería no era una cualquiera. Yo la conocía muy bien desde hacía 30 años; no en vano, la frecuentaba aquellas veces en las que tenía un buen puñado de dólares y que coincidía, sospechosamente, en las ocasiones en las que no sabía qué regalarle a “La Rubia”, que era como llamaba yo siempre a todas las mujeres despechadas que siempre se acostaban conmigo. Supongo que usar ese apodo para referirme a todas ellas me evitaba algún que otro quebradero de cabeza con mi insana obsesión por acostarme con las que querían pasar un rato agradable conmigo.
La sombra permanecía quieta. No se movía. Mi barbilla apuntó al lado izquierdo del suelo en un intento de mirar de reojo para saber quién era aquella vez. Cogí la joya y la puse en su sitio original no sin antes apuntarla con el dedo índice y simular que la disparaba. Ya me encargaría de ella en otro momento. En ese instante tenía que solventar algo más que una simple charla con el joyero. Le di las gracias por su explicación guiñándole el ojo cuando me giraba para dirigirme hacia la puerta. Y ahí estaba ella: la maldita sombra que me llevaba persiguiendo durante toda mi puñetera vida.


(continuará)

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