miércoles, 9 de julio de 2014

Breverías. La mesa de la cafetería.

Y ahí estaba él, detrás de ese hilillo que surgía incesante de su cigarrillo que se estaba consumiendo lentamente; la ceniza gris caía en el cenicero, en donde se depositaba al mismo tiempo que su vida se consumía.

Me quedé mirándole fijamente en la misma puerta de entrada, ese mismo lugar en donde siempre conoces a personas.

Llevaba un gabán de una talla que no era la suya, una cara con barba de hace días y un pelo gris como su vida.

Encima de su mesa, aparte del cenicero, estaba la carta del menú de aquella cafetería sin nombre, sin pasado; igual quería algo con el que acompañar esa agua que, como él, no tenía color.  Los de esa cafetería lo servían muy barato; no en vano, no era lo mejor que tenían: hasta de la propia carta del menú, grasienta por haber sido cogida por miles de manos, salían mejores aromas.

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